Durante los últimos meses la ciudad de nuestros sueños nos estaba dando la espalda, sin embargo, resistíamos como lapas incrustadas en la piedra soportando las embestidas de un furioso oleaje. Jordan deambulaba por el apartamento arrastrando los pies. Se rascaba el pecho levantándose la camiseta, dos tallas más grande, adquirida por unos centavos en un Goodwill. Tarareaba una canción y parecía que estaba contento pero sin duda yo sabía que apenas podía mantenerse en pie por el cansancio. Me acerqué por detrás, le besé y lo arrastré hasta el sofá cama que coronaba la habitación, nuestra sala de recepción, salón recreativo y dormitorio, todo en uno.
Broadway atontaba a los ociosos con sus deslumbrantes juegos de luces, color y lujosos espectáculos. Los restaurantes se llenaban de gente triunfadora, con sus trajes y maletines. Nosotros no teníamos dinero para nada de eso, pero nos entreteníamos caminando por entre las avenidas y los parques. Planeábamos dónde íbamos a vivir cuando saliésemos del bache, qué estilo de vida llevaríamos, a qué sitios me llevaría cuando celebrásemos nuestros aniversarios.
En casa seguíamos alimentando ese mundo de ilusión. Jordan lo necesitaba, le ayudaba. Su mente volaba más alto y valía para mucho más que cargar sacos de cemento o reponer las estanterías del supermercado. Aún no había llegado su momento pero presentíamos que estaba cerca. No teníamos televisión, pasábamos horas tumbados junto a la ventana escuchando la del vecino, y cuando este no estaba, inventábamos historias que proyectábamos en un mural publicitario en blanco sobre el Sleepy’s que teníamos enfrente. A mi me gustaban las aventuras de Mr. York, un refinado vagabundo inglés que llegaba a la ciudad a reclamarla como propia.
Pero ese día Jordan estaba cansado, tal vez más de lo que había estado nunca. Me empujó sin mucha fuerza para que me quitara de encima; sin hacerme daño fue un nuevo tipo de rechazo que nunca había salido de él.
“Te preparo un té y me voy a dar un paseo, así puedes escribir tranquilo.”
Le dí un beso en el cuello pero algo explotó en su interior. Una furia secretamente guardada, una bestia que llevaba tiempo queriendo rugir. Una burbuja de ilusión y resistencia que explota de repente. Estábamos en la ruina, nadie estaba interesado en ninguna de las palabras que salían de la mente de Jordan, y nadie iba a estarlo. Esta ciudad no estaba hecha para nosotros, no estábamos preparados. Y yo era culpable, yo alimentaba sus fantasías mientras dejaba que trabajase como un mulo. ¡Quién puede dedicarse a escribir cuando está destrozado por trabajar! Me odiaba, contentarme a mí era su mayor peso. Nuestro apartamento era un asco, la ciudad era un asco, no lo soportaba más.
Pobre Jordan, sollozaba mientras destruía las pocas hojas que de momento componían su nueva obra. Yo simplemente agarré su gastada gabardina y me fui en silencio, sin decir nada. Escuché mi nombre mientras me alejaba por la acera, me gritaba que volviese a casa, pero Jordan tenía una batalla que librar consigo mismo.
Lo bueno de esta ciudad es que uno nunca se siente ni completamente solo ni completamente miserable, siempre hay alguien incluso peor que tú. Pasé la noche en vela por las zonas céntricas que nunca descansan, intercambié impresiones con espontáneos nuevos amigos, cuya sabiduría callejera calmó mis inquietudes. ¿Debía enfadarme con Jordan por culparme? ¿era sincero en sus acusaciones o era el nervio que llevaba aprisionado? Tal vez mi obsesión por mostrar mi apoyo se había convertido en una presión. Pero yo era feliz a su lado, incluso si nunca más volviera a plasmar un pensamiento suyo sobre un papel, aunque estuviésemos condenados a morir de inanición en nuestra cama. No era lo que podía llegar a ser lo que me tenía enganchada a él, sino simplemente lo que era, eso lo tenía que tener claro.
Nunca pensé que hubiese un momento de calma en esta ciudad, y sin embargo, a estas horas, parecía desperezarse lentamente para iniciar de nuevo su frenética actividad. Convencí a uno de estos esporádicos amigos para que me ayudara y ahí estábamos, sobre el Sleepy’s, yo sentada en el borde del bajo techo del edificio y mi amigo terminando su obra. Sobre la pantalla en blanco ahora se podía leer:
“ Te quiero Mr. York, aunque la ciudad aún no sea tuya”
Jordan no tardó en asomarse a la ventana. Cruzamos nuestras miradas, por suerte, no nos hacía falta la voz para perdonarnos.
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